Revuelo internacional ha provocado la noticia sobre la caída
del Rey Juan Carlos de España. Pero no fue una caída cualquiera, o la que
muchos esperaban. El monarca se encontraba en Botswana cazando elefantes cuando
resbaló y se rompió la cadera.
La noticia sobre el suceso corrió como reguero de pólvora,
obligando a la Corona a dar detalles sobre la afición de Juan de matar esta especie
en peligro de extinción, desatando severos cuestionamientos.
De no haberse "trompezado" (así decía mi tía Camila), nadie se
hubiera dado cuenta de esta tan vergonzosa actividad, más aun tratándose de una
figura pública que hace gala del cuidado y preocupación por la naturaleza.
La vida pública y privada de un personaje de esta posición,
está marcado por una sutil línea divisoria. Al margen del morbo que las
actividades privadas puedan ocasionar en el respetable, muchas veces no se sabe
bien a bien, donde comienza una y donde termina la otra.
William Jefferson Clinton, presidente de los Estados Unidos,
para muchos Bill Clinton, papi para la Lewinsky; sorprendió al mundo al darse a
conocer sus deslices amorosos. Algunos calificaron de poco reprochable esta
conducta desde la óptica de su investidura. Para otros no era digno de un Jefe
de Estado, que estando en horas de oficina, dedicara especial atención a su
becaria.
El asunto cobra dimensiones especiales, cuando utilizando su
poder, investidura e influencias, se logran obtener ciertos privilegios. El caso
de Bill, sonó hondo al teñir de rojo carmesí la casa blanca.
El Rey Juan, ha pedido disculpas públicas por su conducta y
ha dicho que no lo volverá a hacer. Esto ha provocando críticas muy favorables,
porque los ciudadanos (o súbditos como en este caso) no estamos acostumbrados a
escuchar a nuestros gobernantes reconocer sus errores y dirigirse a su pueblo
como simples mortales, susceptibles de cometer desaciertos.
Fomentar la humildad como valor fundamental en política nos
convertirá en seres más tolerantes a la crítica y al reconocimiento de cuando
las cosas se hacen bien o cuando se hacen mal. Una manera poco puesta en uso
para verdaderamente crecer.
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