En nuestro
país perder el empleo después de los cuarenta cobra un significado catastrófico.
Una buena amiga estuvo dos años seguidos buscando trabajo, su mayor problema
tenía que ver con su fecha de nacimiento.
Las ferias
de empleo que ahora organizan todos los gobiernos, se inundan de solicitantes
que buscan desesperadamente colocarse. La prensa hace gala de aquel hombre o
mujer de la tercera edad que ya no tiene cabida en el mercado de trabajo. Los
puestos que se ofrecen son en su mayoría para guardias de seguridad, vendedores
o cobradores (ahora llamados ejecutivos de cuenta) y ayudantes generales.
Cuando
mexicana de aviación quebró o la quebraron, las azafatas buscaron la forma de
subsanar la falta de ingresos. Despojarse de sus prendas y hacer un calendario
fue la mejor opción. Pasaron de recibir a los pasajeros, girar instrucciones
para aquellos casos de emergencia, servir café y refrescos, a una atención más
personalizada e intima.
Supongo que
buscaron afanosamente empleo como muchos miles de mexicanos y no encontraron
otra opción que mostrar sus encantos.
No me
imagino a mi profesora de filosofía en la Universidad, o a mi compadre
perdiendo el empleo y entregándose a los difíciles actos de plasmar su cuerpo
en un almanaque. Dudo que lo hicieran. Antes de llegar a esas instancias,
hubieran hecho tamales, tejido chambritas, o vendido zapatos por catálogo.
El
presidente del empleo quedo corto en su afán por brindar esta oportunidad a los
mexicanos ávidos y necesitados de trabajo.
Fomentar el empleo es incidir positivamente en indicadores económicos,
sociales, de seguridad y sobre todo de bienestar.
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