Como ustedes bien lo saben no me gusta
estar al margen de lo actual, la moda, lo in. Hablar del hundimiento del barco
más famoso del mundo me pone en sintonía. Es sorprendente (aunque en estas
fechas ya pocas cosas sorprenden) como la prensa, televisión y radio, ocupan
tiempo y espacio en relatarnos lo sucedido con esta nave.
Narran todo, desde como vestían los pasajeros, como
murieron, que cenaron y bebieron, la manera como el barco se partió y los
pasajeros cayeron a las heladas aguas. En fin todo con lujo de detalle.
Personas que se dicen expertos en el navío toman la palabra para darnos cuenta
de la tragedia.
Este enorme barco se asemeja mucho a nuestro país.
Construido (el barco que conste) con lujo de defectos. Tuvieron que pasar cien
años para que se dieran cuenta que el barcote adolecía de severas fallas
estructurales. Algo similar vivimos nosotros. Desde la consolidación del
régimen democrático ya han pasado poco más de cien años y ahora comenzamos a
dudar de las bondades y beneficios de la revolución que no han sido del todo
bien distribuidas entre la población.
En el Titanic, de acuerdo a las versiones, viajaban ricos,
pobres, artistas, políticos, en fin gente de todos los estratos sociales,
actividades y estilos de vida muy diversa. Cuando la nave comenzó a colapsar en
su mayoría los más pudientes (económicamente) fueron los que tuvieron la
“fortuna” de salvarse.
En nuestro país hemos transitado por desgracias similares,
ninguna aun con consecuencias tan devastadoras como las sucedidas a este barco,
sin embargo, siempre los menos favorecidos han sido los pobres. A pesar que en
el discurso las autoridades nos hacen ver que vamos en el mismo barco, a final
de cuentas los privilegios que ofrece no son para todos en la misma proporción,
y cuando llega a presentarse algún síntoma de tragedia, los primeros en
salvarse suelen ser coincidentemente los más pudientes.
Esperemos que nuestro barco no se parta en dos, para
comenzar entonces a escribir una historia de la cual nos podamos sentir
orgullosos.
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