Evocar al pasado es una actividad
a la cual recurrimos con nostalgia los mexicanos. Quizás sea una forma de
desconectarnos del presente y evadir la realidad actual. La frase se ha pasado
de generación en generación; escuchaba al abuelo decirla y mi padre la sigue
repitiendo, “LAS COSAS YA NO SON COMO
ANTES”.
En los años setentas y ochentas,
recuerdo que presenciar un partido de tigres o rayados, era una actividad del
“pueblo”. Cada sábado la familia regiomontana de clase media, media baja, baja,
super baja y otras aun más abajo acudíamos religiosamente al estadio.
Los aficionados solían enfundarse
en sus casacas que compraban a las afueras del estadio, o en las tiendas de
deportes de la Avenida Juárez o Juna Ignacio Ramón. La camiseta no solo duraba
las 38 fechas del torneo, sino que los equipos usaban la misma durante varias
temporadas.
El espectáculo estaba reservado
para aficionados de cierta clase social.
Durante el encuentro los aromas de los tacos y las tortas preparados en
casa se entremezclaban, los líquidos eran transportados en los termos color
naranja, en los radios portátiles se
escuchaban las incidencias del encuentro; todo esto aderezado por las porras
espontaneas de la hinchada y los típicos recordatorios maternales contra el
silbante, el contrario, o el propio equipo cuando este no llenaba las
expectativas.
Hoy en día eso es cosa del
pasado. Ahora ser “nice” implica disfrazarse de futbolista. En los antros se
pueden observar camisetas no solo de los equipos locales, sino que la
globalización nos permite ver cascas de todos los continentes.
Las camisetas de los clubes se
adquieren por elevadas cifras en tiendas especializadas de deportes, que
cambian sus diseños cada torneo, que por cierto dura medio año. La piratería entonces,
encontró su nicho en la añeja afición que ya no puede acudir al estadio;
diversión que ahora se reserva para las clases media -alta, alta y muy alta.
Pero eso sí, los empresarios que
alejaron al pueblo de los estadios, mendigaron al gobierno las facilidades para
que en un terreno público se construya una obra privada, a la cual la afición
que dio vida al balompié regiomontano no está
invitada, pues se reservan el derecho de admisión.
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