El caso de la supuesta
secuestradora francesa a puesto de cabeza a nuestra raza. Basta leer el
encabezado de un periódico o que nuestro compañero de oficina nos haga un
comentario sobre el asunto, para formar un juicio digno de debate. Los diarios
y semanarios inundan sus páginas con historias sobre la vida de esta mujer, con
lo cual se intenta escrupulosamente determinar su perfil criminal, hasta sus
gustos por la comida picante.
Lo cierto es que la autoridad con
lujo de detalle fabricó en cuestión de horas un montaje para la televisión
donde se llevó a cabo la captura de una supuesta banda de delincuentes. Las
dudas comienzan a salir a luz pública a partir de la peliculezca acción
policial.
Pero la simulación no es novedad
en el entorno gubernamental. En las vísperas de las visitas del presidente, los
gobernadores mandaban pintar los cordones de las banquetas y barrer las calles, se colgaban pendones dando la bienvenida al Mandatario,
como emulando la época virreinal, donde se rendía tributo y jolgorio a las
visitas de su majestad. Ser anfitrión de tan distinguido visitante no era cosa
de todos los días, el derroche y la fiesta se justificaban, aparentar que la
casa a estaba en orden era primordial.
Pero para que la simulación
parezca cierta, los actores principales, necesitan de la complicidad de algunos
que se encargarán de producir y difundir el hecho y sobre todo de convencer al
respetable de su autenticidad.
Los mensajes precisan de
interlocutores que con su palabra den certeza a los actos. Si bien los dichos
del gobierno suelen cuestionarse por el descrédito de la palabra del burócrata,
entonces es necesario echar mano de alguien más que cuente con la solvencia
moral para relatar historias.
Una sociedad no puede aspirar a
ser verdaderamente democrática si no cuenta con la alianza de medios de
comunicación que más que auspiciar,
tolerar y producir la simulación, la combatan con la verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.