domingo, 15 de abril de 2012

De Película


El caso de la supuesta secuestradora francesa a puesto de cabeza a nuestra raza. Basta leer el encabezado de un periódico o que nuestro compañero de oficina nos haga un comentario sobre el asunto, para formar un juicio digno de debate. Los diarios y semanarios inundan sus páginas con historias sobre la vida de esta mujer, con lo cual se intenta escrupulosamente  determinar su perfil criminal, hasta sus gustos por la comida picante.
Lo cierto es que la autoridad con lujo de detalle fabricó en cuestión de horas un montaje para la televisión donde se llevó a cabo la captura de una supuesta banda de delincuentes. Las dudas comienzan a salir a luz pública a partir de la peliculezca acción policial.
Pero la simulación no es novedad en el entorno gubernamental. En las vísperas de las visitas del presidente, los gobernadores mandaban pintar los cordones de las banquetas y barrer las calles,  se colgaban pendones dando la bienvenida al Mandatario, como emulando la época virreinal, donde se rendía tributo y jolgorio a las visitas de su majestad. Ser anfitrión de tan distinguido visitante no era cosa de todos los días, el derroche y la fiesta se justificaban, aparentar que la casa a estaba en orden era primordial.
Pero para que la simulación parezca cierta, los actores principales, necesitan de la complicidad de algunos que se encargarán de producir y difundir el hecho y sobre todo de convencer al respetable de su autenticidad.
Los mensajes precisan de interlocutores que con su palabra den certeza a los actos. Si bien los dichos del gobierno suelen cuestionarse por el descrédito de la palabra del burócrata, entonces es necesario echar mano de alguien más que cuente con la solvencia moral para relatar historias.
Una sociedad no puede aspirar a ser verdaderamente democrática si no cuenta con la alianza de medios de comunicación  que más que auspiciar, tolerar y producir la simulación, la combatan con la verdad.

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