martes, 14 de agosto de 2012

UNA MEDALLA INOPORTUNA


 No siempre una medalla trae consigo bendiciones. Años atrás los jóvenes solíamos reunirnos en las esquinas a echar relajo. En las tardes la cascarita era obligatoria. Buscábamos cualquier espacio para poner en práctica nuestras cualidades como futbolistas. Una vez concluida la contienda era común ir al parque o a la esquina a comentar las incidencias del encuentro, la mayoría de las veces acompañado de unas frescas, birongas, birrias.
De la misma forma los fines de semana la fiesta comenzaba y terminaba en el mismo lugar.  No había hora o día establecido, la reunión la podía comenzar cualquiera y solía terminar con una acostumbrada persecución de los cuicos en busca de esquineros revoltosos. A decir verdad aquellos escándalos no se comparan con las ruidosas pachangas de ahora en las que no puede faltar una rokola y los espontáneos que dan rienda suelta a sus dotes histriónicas.
Parrandear en la calle tenía sus riesgos, nada que ver con la actualidad. Aventarse una medalla en alguna barda o un árbol implicaba estar alerta y pendiente de que la tira no llegara. Los policías solían tener olfato de sabueso para detectar a los miones, y apenas si comenzaba a salir aquel chorrito relajante acompañado de los acostumbrados temblores que causa el placer de vaciar la vejiga, se aparecía la granadera a toda velocidad, con las luces apagadas y con tres o cuatro simios con uniformes de gendarmes.
No había más que cortar el chorro y pelarte en busca de un refugio seguro. Los polis aguardaban sigilosos en aquellos lugares ya establecidos para saciar las necesidades del cuerpo. Atentos como fieras en espera de su presa, aguardaban pacientes la llegada de los trasnochadores que muchas veces confiados en sus piernas o fortalecidos por la cerveza, desafiaban a la autoridad.
Las medallas olímpicas conseguidas en Londres dieron alegría y gozo a un pueblo necesitado de glorias deportivas y con ello justificar la tan anhelada fiesta, sea la hora que sea. Las medallas callejeras trajeron consigo desafiantes carreras en busca de suelo seguro que permitiera precisamente continuar la fiesta.
No cabe duda que sea cual sea la medalla, siempre habrá algo que festejar una vez alcanzado el objetivo. Como México no hay dos.

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