No siempre una medalla trae consigo
bendiciones. Años atrás los jóvenes solíamos reunirnos en las esquinas a echar
relajo. En las tardes la cascarita
era obligatoria. Buscábamos cualquier espacio para poner en práctica nuestras cualidades
como futbolistas. Una vez concluida la contienda era común ir al parque o a la
esquina a comentar las incidencias del encuentro, la mayoría de las veces
acompañado de unas frescas, birongas,
birrias.
De la misma forma los fines de semana
la fiesta comenzaba y terminaba en el mismo lugar. No había hora o día establecido, la reunión
la podía comenzar cualquiera y solía terminar con una acostumbrada persecución
de los cuicos en busca de esquineros revoltosos. A decir verdad aquellos
escándalos no se comparan con las ruidosas pachangas de ahora en las que no
puede faltar una rokola y los espontáneos que dan rienda suelta a sus dotes histriónicas.
Parrandear en la calle tenía sus
riesgos, nada que ver con la actualidad. Aventarse
una medalla en alguna barda o un árbol implicaba estar alerta y pendiente
de que la tira no llegara. Los
policías solían tener olfato de sabueso para detectar a los miones, y apenas si comenzaba a salir
aquel chorrito relajante acompañado de los acostumbrados temblores que causa el
placer de vaciar la vejiga, se aparecía la granadera a toda velocidad, con las
luces apagadas y con tres o cuatro simios con uniformes de gendarmes.
No había más que cortar el chorro y pelarte en busca de un refugio seguro.
Los polis aguardaban sigilosos en aquellos lugares ya establecidos para saciar
las necesidades del cuerpo. Atentos como fieras en espera de su presa, aguardaban
pacientes la llegada de los trasnochadores que muchas veces confiados en sus
piernas o fortalecidos por la cerveza, desafiaban a la autoridad.
Las medallas olímpicas conseguidas en
Londres dieron alegría y gozo a un pueblo necesitado de glorias deportivas y
con ello justificar la tan anhelada fiesta, sea la hora que sea. Las medallas callejeras trajeron consigo
desafiantes carreras en busca de suelo seguro que permitiera precisamente continuar
la fiesta.
No cabe duda que sea cual sea la
medalla, siempre habrá algo que festejar una vez alcanzado el objetivo. Como
México no hay dos.
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