viernes, 4 de mayo de 2012

Ruleta Rusa


La fortuna es como la policía: siempre llega tarde.
(Amado Nervo)
Los juegos de azar han capturado a miles de regiomontanos. Los estragos ocasionados por la afición a este tipo de “distracciones” aun no los conocemos con exactitud. Si bien muchas personas han caído en las garras de las apuestas al grado de perder su patrimonio, familia y trabajo; existen indicios de que jugar en exceso provoca otras distorsiones en el tejido social, hasta ahora poco perceptibles.
http://i.istockimg.com/file_thumbview_approve/15874308/2/stock-photo-15874308-golden-piggy-bank-gambling.jpgLos mexicanos hemos tenido afición al juego desde tiempo atrás. La rayuela, el pico mona, los pronósticos deportivos, el cubilete, la lotería,  han sido actividades que demuestran en algunos casos, además de destreza, el anhelo de hacer fortuna en un abrir y cerrar de ojos. Apostamos a todo. Desde los deportes, el clima, las adivinanzas, todo aquello que resulta incierto es motivo de pactar un duelo donde haya de por medio dinero.
Pero antaño no se jugaban grandes cantidades, era más un entretenimiento pasajero. Mi tía Angustias acudía religiosamente a su jugada de paco. De lunes a viernes de 4 a 7 de la tarde, cinco mujeres de edad avanzada se reunían en la clandestinidad para distraerse con la baraja. Lo tomaban con mucha seriedad, se escuchaba solo el sonido de las fichas y pasado un tiempo el alarido de alguna de ellas cuando se ganaba el pozo. El ambiente se llenaba de humo de tabaco y  aroma a café.
Al finalizar la jornada le preguntaba a la tía. ¿Cómo te fue? Hoy pedí veinte pesos, pero mañana me repongo, esperando con ansias la revancha.
Los casinos atrapan a sus jugadores desde sus promociones, obsequios, jugadas gratis, comida, una escenografía de la cual es difícil escapar y cuando menos acuerdan, ya están dejando a los niños encerrados en el coche para irse a probar suerte.
Las historias ahí contadas dan esperanzas. Resulta que la prima de una amiga ha hecho fortuna, sin dar cuenta de aquellas muchas que han perdido su reputación, la casa o hasta a los hijos; no digamos al marido, que eso no sería precisamente una pérdida sino quizás haberle pegado al gordo.

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