El castigo del embustero es no ser creído, aun
cuando diga la verdad.
(Aristóteles)
Los
aztecas somos genios para eso de la excusa, nos pintamos solos. No hay
compromiso contraído el cual echemos por la borda con una excusa. Las hay de
todos tipos, tamaños y formas, todas ellas requieren de imaginación y
creatividad que hagan suponer como real un suceso que jamás ocurrió.
En
la chamba, la escuela, la pareja, la familia, los cuates, en todo grupo social
al que pertenezcamos ponemos en práctica esta mala costumbre. Lo mejor de todo
es que quien inventa la excusa, como aquel que la recibe son sabedores de la
falsedad del relato, sin embargo, aceptarla es parte del rito de la
complacencia y brinda la oportunidad para el desquite.
Pero
una excusa no es una mentira como tal, es una historia que implica varias
mentiras acomodadas en tiempo y forma que simulan una realidad, es una especie
de cuento que busca la anuencia y consideración para solapar un acto. ¡Llegue
tarde porque había mucho tráfico¡. En una ciudad como la nuestra el tráfico es
una realidad, así que recurrimos a este factor para consolidar nuestra
costumbre de no llegar a tiempo.
Los
candidatos hacen promesas extraordinarias, algunas veces llegando al extremo de
firmarlas ante notario público, lo que hace suponer una mayor exigencia para su
cumplimiento, pero, ¿qué tal que no las cumplan? Alguna excusa estará de por
medio.
Un
presidente nos prometió que la economía crecería al 7%; cifra histórica, pues
en casi 50 años no vemos ritmos tan acelerados. El crecimiento anual de ese
sexenio fue de escaso 1%. Cuando la meta no fue cumplida el preciso afirmó: yo
dije 7% pero en todo el sexenio, lo que pasa es me entendieron mal. No pos ta
bien.
Exijamos
a nuestros gobernantes menos excusas y más sinceridad, de otra manera estaremos
gobierno y sociedad siendo cómplices del engaño y la simulación, condiciones
que no favorecen nuestro desarrollo y sí a la excusa como medida para salir del
paso.
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