jueves, 10 de mayo de 2012

Desde que se inventaron las barritas


El castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad.
(Aristóteles)
Los aztecas somos genios para eso de la excusa, nos pintamos solos. No hay compromiso contraído el cual echemos por la borda con una excusa. Las hay de todos tipos, tamaños y formas, todas ellas requieren de imaginación y creatividad que hagan suponer como real un suceso que jamás ocurrió.
En la chamba, la escuela, la pareja, la familia, los cuates, en todo grupo social al que pertenezcamos ponemos en práctica esta mala costumbre. Lo mejor de todo es que quien inventa la excusa, como aquel que la recibe son sabedores de la falsedad del relato, sin embargo, aceptarla es parte del rito de la complacencia y brinda la oportunidad para el desquite.
Pero una excusa no es una mentira como tal, es una historia que implica varias mentiras acomodadas en tiempo y forma que simulan una realidad, es una especie de cuento que busca la anuencia y consideración para solapar un acto. ¡Llegue tarde porque había mucho tráfico¡. En una ciudad como la nuestra el tráfico es una realidad, así que recurrimos a este factor para consolidar nuestra costumbre de no llegar a tiempo.
Los candidatos hacen promesas extraordinarias, algunas veces llegando al extremo de firmarlas ante notario público, lo que hace suponer una mayor exigencia para su cumplimiento, pero, ¿qué tal que no las cumplan? Alguna excusa estará de por medio.
Un presidente nos prometió que la economía crecería al 7%; cifra histórica, pues en casi 50 años no vemos ritmos tan acelerados. El crecimiento anual de ese sexenio fue de escaso 1%. Cuando la meta no fue cumplida el preciso afirmó: yo dije 7% pero en todo el sexenio, lo que pasa es me entendieron mal. No pos ta bien.
Exijamos a nuestros gobernantes menos excusas y más sinceridad, de otra manera estaremos gobierno y sociedad siendo cómplices del engaño y la simulación, condiciones que no favorecen nuestro desarrollo y sí a la excusa como medida para salir del paso.

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