Sólo hay una regla para todos
los políticos del mundo: no digas en el poder lo que decías en la oposición…John
Galsworthy
Últimamente vemos en las páginas de los diarios a
nuestros políticos y servidores públicos acaparando las primicias noticiosas y
no precisamente para dar cuenta de sus logros y buenas acciones, sino como
parte de señalamientos de diversas instituciones sobre sus malos manejos.
Es una pena que a medida que avanza y se desarrolla un
sistema democrático veamos con mayor insistencia la práctica desleal de algunos
servidores públicos que vienen a empañar la función que por naturaleza evoca
una nobleza insuperable, la de servir.
Una de las preocupaciones de mayor impacto que ocupan
y preocupan a los países de todas categorías, tienen que ver con la ética y los
valores que encierra esta actividad. Desde los escritos de los antiguos
filósofos griegos, hasta Maquiavelo, en los cuales señalaba una distinción
entre los valores éticos que caracterizan la acción de gobierno y aquellos que
inspiran a la moral ordinaria, hasta los gobiernos de la actualidad, que buscan
afanosamente la fórmula para construir gobiernos éticamente aceptables.
Es de llamar la atención la entrevista publicada por
un diario de la localidad, que hace a Giovanni Sartori, uno de los referentes
más importantes en el estudio de la ciencia política contemporánea, y enuncia
como recomendable para nuestro sistema político la posibilidad de la reelección
en el Parlamento o Cámara.
En las discusiones que en ocasiones tenemos en las
aulas respecto al tema de la reelección, a final de cuentas concluimos que este
ejercicio, al menos en el caso mexicano resulta imposible y a la vez ingrato.
Toda vez que vemos como utilizan los recursos sin dar cuenta a nadie de ello,
como tranzan con nuestra representación, hacen uso del poder conferido bajo
nuestro sistema político sin que medie la responsabilidad de darle a los
ciudadanos razón de sus actos.
Ha decir verdad, los ciudadanos ya no confían en estos
personajes que (algunos) han convertido a la función pública, en sinónimo de
despilfarro y corrupción, dejando de lado los principios morales y éticos que
deben sustentar la práctica pública.
Es ilógico, pensar en relección en un país donde la democracia es sólo una cuestión de simulación y los puesos públicos son oucpados por personajes que son electos por grepusculos y no por la voluntasd real del pueblo. No puede existir democracia en un país donde se trafica electoralemnete con el hambre del pueblo. Aceptar la re-elección sería regresivo, volverían las épocas del cacuquismo, si es que alguna vez se fue esa epoca.
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