Todos
buscamos lo mismo: o bien motivos para ser buenos, o excusas para ser malos.
Chuck Palahniuk
Es el título de una
novela de B. Traven, que narra los padecimientos, injusticias, abandono y
abusos que vivían los indígenas de México a principios del siglo XX. Una
historia cruel y desgarradora de una etapa de nuestra historia que
desafortunadamente se sigue repitiendo hoy en día.
El título de esta
obra nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre el reciente juicio al que
han sido sometidos tres compatriotas en Malasia y que concluyó con la condena a
muerte en la horca.
Los delitos que se
imputan a estos tres hermanos son contrabando y posesión de drogas prohibidas.
El juicio duró poco más de un año. La justicia determinó la pena máxima como
correctivo con el ánimo de influir en la conducta de quienes delinquen e
intentar con ello desalentar esta práctica considerada de muy grave en aquel
país asiático.
La condena resulta
para muchos un tema controversial. Llevar a cabo esta práctica suele tener un
alto contenido ético, moral, legal y religioso. En algunos países donde se
aplica la pena de muerte, este tipo de condenas no han incidido en reducir los
índices de criminalidad. Sin embargo, es preciso advertir que la imposición de
penas severas por sí mismas no logran impactar en el incremento o decremento
de la violencia.
Cuando niños,
nuestros padres solían imponer castigos ante la presencias de determinados
actos que a su juicio ameritaban una sanción. La determinación de las penas
estaba en función de varios factores, el más importante era el tamaño de la
falta.
Pero no en todas las
familias se sancionaban dichas conductas de la misma forma. Para algunos decir
una mala palabra podría equivaler a perder tu “domingo”, en otros casos dicha
falta, no significaba más que una mueca de la madre o en el peor de los casos
un severo revés. Lo anterior radicaba en las costumbres de cada hogar.
La imposición de
penas buscaba sentar un precedente en la conducta del infractor y a su vez
servir de ejemplo para el resto de los miembros. Pero además estos castigos
trascendían fuera del núcleo familiar, los amigos, vecinos y familiares
mostraban su aprobación o rechazo ante la severidad o suavidad de la
reprimenda, poniendo en entredicho siempre la conducta del infractor.
El consumo,
posesión, tráfico y venta de estupefacientes en México no es una acción de
gravedad tal que quienes lo ejercen merezcan castigos tan severos como los
impuestos en Malasia, aun y cuando los efectos de estos ilícitos ocasionen
muerte, desintegración del tejido social y la desesperanza de todo un pueblo.
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