jueves, 24 de mayo de 2012

La Rebelión de los Colgados


Todos buscamos lo mismo: o bien motivos para ser buenos, o excusas para ser malos.
Chuck Palahniuk

Es el título de una novela de B. Traven, que narra los padecimientos, injusticias, abandono y abusos que vivían los indígenas de México a principios del siglo XX. Una historia cruel y desgarradora de una etapa de nuestra historia que desafortunadamente se sigue repitiendo hoy en día.

El título de esta obra nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre el reciente juicio al que han sido sometidos tres compatriotas en Malasia y que concluyó con la condena a muerte en la horca. 

Los delitos que se imputan a estos tres hermanos son contrabando y posesión de drogas prohibidas. El juicio duró poco más de un año. La justicia determinó la pena máxima como correctivo con el ánimo de influir en la conducta de quienes delinquen e intentar con ello desalentar esta práctica considerada de muy grave en aquel país asiático.

La condena resulta para muchos un tema controversial. Llevar a cabo esta práctica suele tener un alto contenido ético, moral, legal y religioso. En algunos países donde se aplica la pena de muerte, este tipo de condenas no han incidido en reducir los índices de criminalidad. Sin embargo, es preciso advertir que la imposición de penas severas por sí mismas no logran impactar en el incremento o decremento de  la violencia.

Cuando niños, nuestros padres solían imponer castigos ante la presencias de determinados actos que a su juicio ameritaban una sanción. La determinación de las penas estaba en función de varios factores, el más importante era el tamaño de la falta.

Pero no en todas las familias se sancionaban dichas conductas de la misma forma. Para algunos decir una mala palabra podría equivaler a perder tu “domingo”, en otros casos dicha falta, no significaba más que una mueca de la madre o en el peor de los casos un severo revés. Lo anterior radicaba en las costumbres de cada hogar.

La imposición de penas buscaba sentar un precedente en la conducta del infractor y a su vez servir de ejemplo para el resto de los miembros. Pero además estos castigos trascendían fuera del núcleo familiar, los amigos, vecinos y familiares mostraban su aprobación o rechazo ante la severidad o suavidad de la reprimenda, poniendo en entredicho siempre la conducta del infractor.

El consumo, posesión, tráfico y venta de estupefacientes en México no es una acción de gravedad tal que quienes lo ejercen merezcan castigos tan severos como los impuestos en Malasia, aun y cuando los efectos de estos ilícitos ocasionen muerte, desintegración del tejido social y la desesperanza de todo un pueblo.

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