miércoles, 3 de octubre de 2012

MIS QUINCE...



No dejamos de jugar porque envejecemos; envejecemos porque dejamos de jugar…Benjamin Franklin

Los y las quinceañeras de ahora no se parecen en nada a lo de aquella época. En la década de los ochentas lo más sexy era vestirse como las flans con copetes parados a fuerza de darle duro al cepillo con aqua net y con ropa fosforescente. Las más rebeldes emulaban a la Madona o la Cindy Lauper, vistiendo de negro y con maquillajes más feroces.

Las fiestas de quince años eran todas iguales. Mesas para adultos donde tenían derecho a una cena y al estruendoso ruido de la música juvenil de momento. Del otro lado del salón  los jóvenes de pie bebiendo refrescos, los más osados como siempre lograban introducir alguna que otra botella de brandy barato para que el dios Baco  hiciera de las suyas.

Hoy son diferentes. De entrada te recibe un poster de la festejada con atuendo sensual que te hace dudar si llegas realmente a una fiesta familiar. Abundan las faldas cortas, super cortas y cortititas. Tacón alto, escote, lentejuela y melena suelta. Los bailes son como casting para iniciarse en algún table. Los varones se la pasan empujándose entre sí, pateando alguna ficha o jugando con los canapés que es la cena a la que tienen derecho. Salen a fumarse sus cigarros de rigor para sentirse parte del escenario.

Los adultos en un rincón comiendo pechuga a la cordón blue, espagueti y verduras al vapor. De entrada un rollo de queso crema con nuez, eso sí, en las fiestas más nice debe tener ese rollo la forma de una paloma.
La mesa está llena de “detallitos” que van directo a la basura, pero que sin embargo, son el motivo de diferencias y pleitos entre las comadres por ganar desde el arreglo de mesa, hasta las mentitas de colores.
La botella es el premio mayor. Los adultos la miran como objeto preciado. Nadie quiere que sigan bebiendo pues ello representa la pérdida de su contenido y valor. Por fin se queda a solas la última pareja, que recibe las miradas fulminantes del mesero en espera de una jugosa propina. El derecho de llevarse el brandi lo hace responsable de recompensar al camarero.

La fiesta concluye. Las señoritas termina descalzas o en sandalias desechables que también son parte de los detallitos. El padre feliz por haber obtenido un preciado trofeo que no le costó ni un cinco, pues se escabulló entre los cantos del mariachi loco sin pagar propina. La mamá ya tiene listo un arreglo de mesa para llegando a casa tirarlo  a la basura y mil ideas para el quince de su muñeca. Bendito Dios.

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