No dejamos
de jugar porque envejecemos; envejecemos porque dejamos de jugar…Benjamin Franklin
Los y las
quinceañeras de ahora no se parecen en nada a lo de aquella época. En la década
de los ochentas lo más sexy era vestirse como las flans con copetes parados a
fuerza de darle duro al cepillo con aqua net y con ropa fosforescente. Las más
rebeldes emulaban a la Madona o la Cindy Lauper, vistiendo de negro y con
maquillajes más feroces.
Las fiestas
de quince años eran todas iguales. Mesas para adultos donde tenían derecho a
una cena y al estruendoso ruido de la música juvenil de momento. Del otro lado
del salón los jóvenes de pie bebiendo
refrescos, los más osados como siempre lograban introducir alguna que otra
botella de brandy barato para que el dios Baco
hiciera de las suyas.
Hoy son
diferentes. De entrada te recibe un poster de la festejada con atuendo sensual
que te hace dudar si llegas realmente a una fiesta familiar. Abundan las faldas
cortas, super cortas y cortititas. Tacón alto, escote, lentejuela y melena
suelta. Los bailes son como casting para iniciarse en algún table. Los varones
se la pasan empujándose entre sí, pateando alguna ficha o jugando con los
canapés que es la cena a la que tienen derecho. Salen a fumarse sus cigarros de
rigor para sentirse parte del escenario.
Los adultos
en un rincón comiendo pechuga a la cordón blue, espagueti y verduras al vapor.
De entrada un rollo de queso crema con nuez, eso sí, en las fiestas más nice
debe tener ese rollo la forma de una paloma.
La mesa está
llena de “detallitos” que van directo a la basura, pero que sin embargo, son el
motivo de diferencias y pleitos entre las comadres por ganar desde el arreglo
de mesa, hasta las mentitas de colores.
La botella
es el premio mayor. Los adultos la miran como objeto preciado. Nadie quiere que
sigan bebiendo pues ello representa la pérdida de su contenido y valor. Por fin
se queda a solas la última pareja, que recibe las miradas fulminantes del
mesero en espera de una jugosa propina. El derecho de llevarse el brandi lo
hace responsable de recompensar al camarero.
La fiesta
concluye. Las señoritas termina descalzas o en sandalias desechables que
también son parte de los detallitos. El padre feliz por haber obtenido un
preciado trofeo que no le costó ni un cinco, pues se escabulló entre los cantos
del mariachi loco sin pagar propina. La mamá ya tiene listo un arreglo de mesa
para llegando a casa tirarlo a la basura
y mil ideas para el quince de su muñeca. Bendito Dios.
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