El mes de septiembre tiene la característica de ser muy
llovedor. La última gran tormenta de la que los regiomontanos recordamos
sucedió precisamente en estas fechas hace más de 20 años. Si bien las
autoridades dan cuenta del Alex como un tremendo aguacero, para echarle la
culpa de sus malas actuaciones, lo cierto es que el Gilberto es sinónimo de
muerte y destrucción.
La semana anterior comenzaron en nuestra entidad las fuertes
lluvias de la temporada. Como suele suceder nos agarró de noche. Los
noticiarios hacen un recuento de las obras inconclusas, de aquellas que se
hicieron encima de una cañada o de un arroyo, o de las que dejaron de hacerse
para canalizar el drenaje de manera adecuada y evitar así la inundación.
En lugar de traer bendiciones, la lluvia en Monterrey y su
área metropolitana provoca miedo, terror y recuerdos fatales. Los planes de
contingencia se reducen a poner albergues y disponer de la chequera para
reparar viviendas y sustituir enseres domésticos que se han perdido en la
corriente.
Los gobiernos no hacen lo propio para despejar las zonas de
riesgo, donde por décadas las familias han habitado los márgenes de los ríos,
negándose a abandonar. La autoridad
sabedora del inminente desastre no hace más que convertirse en un apaga
fuegos, incapaz de actuar de forma preventiva ante la catástrofe.
La historia que se escribirá ya es conocida por todos. La
basura obstruyendo las alcantarillas, personas arrastradas por la corriente,
casas derrumbadas o llenas de piedras y lodo, y la autoridad despilfarrando
recursos que en nada abonan a solventar de forma definitiva muchas de las
causas de estas tragedias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.