Durante años los pueblos se apostaron a las márgenes de los
ríos. Las grandes civilizaciones se desarrollaron en
espacios donde el agua era abundante y permitía la supervivencia. Pero las
grandes transformaciones climáticas obligaron a los pueblos a buscar refugio
precisamente para salvaguardarse del agua en exceso, colonizando las partes
altas.
Muchos grupos de pobladores que siguen viviendo cerca de los
ríos y lagunas han optado por construir sus viviendas en los árboles, o bien
diseñar sus construcciones muy por encima del agua, permitiendo alejarse del
peligro de las crecientes y de los animales que por ahí deambulan.
Las tribus que habitan en las espesas selvas suelen construir
sus refugios alejados del suelo para evitar que alimañas, insectos y
depredadores puedan sacar provecho. El instinto de supervivencia se logra
imponer.
En los últimos años nos estamos acostumbrando a acudir a
bares y restaurantes ubicados las partes altas de las tan numerosas plazas
comerciales; alejados del peligro y la violencia que hace presa a nuestra
ciudad, estos comercios se apuestan en las alturas.
Con el afán de salvaguardar a sus clientes, los
restauranteros compran o rentan las partes más altas de las construcciones.
Mientras la autoridad se la pasa planeando, echándose la pelotita unos a otros,
buscando excusas, entre mil cosas más. Los trasnochadores deben subir a las
azoteas a disfrutar la noche “alejados” de la criminalidad.
Pero como fiel depredador, los delincuentes saben que las
presas en algún momento habrán de bajar. Lo que hace que trepar a las alturas a
divertirse no sea del todo seguro.
Los hábitos de la sociedad suelen cambiar más aprisa de lo
que nos imaginamos. Mientras no seamos capaces de mantener el estatus que nos
haga sentir a gusto, seguros y confiados, veremos severas transformaciones en
nuestras maneras de vivir. Antes beber nos permitía subir a las alturas de la
inconciencia, ahora tenemos que subir a la inconciencia de la violencia para
poder beber.
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