martes, 5 de junio de 2012

Con la Cuchara Grande


Hay dos maneras de conseguir la felicidad; una, hacerse el idiota; otra, serlo...Enrique Jardiel Poncela

En estas actividades de servir pareciera que la obediencia estricta a la ley está por encima de todo. Los servidores públicos se empeñan en interpretar los ordenamientos jurídicos conforme sus conciencias e intereses, sin embargo, estas mismas prácticas no las llevan a cabo con tanto rigor en el ámbito de sus negocios.

Una ocasión (de tantas) los diputados federales estaban a punto de concluir su trienio, obviamente de los 500 que comenzaron la legislatura en cuestión, la mitad ya se habían  retirado en busca de otra oportunidad de seguir sirviendo a la patria. De pronto vieron que en la cuenta de los dineros existía un saldo considerable y que para no dejar nada a la próxima legislatura, de forma equitativa, justa e igualitaria, repartirían dicho “sobrante” entre los legisladores.

La propuesta hizo eco de inmediato entre los representantes populares que de forma casi unánime aprobaron dicho reparto. Las cuentas fueron fáciles, quizás no para ellos, pero si para cualquier niño de cuarto de primaria; el monto total divido entre 500.

Los diputados salieron felices de la sesión y raudos se dirigieron a las oficinas administrativas por su respectivo cheque. Para sorpresa de ellos uno de los quinientos diputados se reveló ante tal medida y decidió regresar el importe del obsequio.

La medida parecería que movería la conciencia de los representantes populares e imitando dicho acto devolverían el dinero que no les correspondía. Sin embargo, las voces de protesta no se hicieron esperar. Lo tacharon de traidor, oportunista, vende patrias y demás descalificativos.

Alegaban que como era posible que hubiera traicionado una decisión que en el pleno se había aprobado y además no existían mecanismos administrativos para regresar el importe porque la ley no lo preveía.

Una acción que a todas luces trastoca los fundamentos éticos, es aceptada por aquellos que alegan que mientras la ley no se vulnere, lo demás no importa.  Antes que la ley escrita, existen principios éticos a los que debe sujetarse el comportamiento humano, y en política y en el servicio, deben ser privilegiadas, en aras de mantener el verdadero orden al que todos aspiramos.

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