Cuando comencé a
escribir en este espacio parecía que todos los temas se encaminaban hacia la
corrupción. Era difícil hacer una crítica hacia el ejercicio del poder, sin
tener que llegar a tocarlo.
Por fortuna hay muchas
más cosas de las que se puede hablar cuando se manifiestan ideas concernientes
al ejercicio público y al comportamiento social, sin embargo, no deja de llamar
la atención noticias que día con día llenan las páginas de los diarios, en lo
que se señalan este tipo de actos reprobables.
Pagos indebidos,
aviadores, sobrecostos, negocios fantasmas, contratos familiares, nepotismo,
negligencia, enriquecimiento ilícito, contratos arreglados, obras inexistentes,
proveedores que venden desde clips hasta aviones. En fin, la lista podría ser
interminable.
En estas épocas los
funcionarios corruptos ya no se conforman con evidenciar ante sus compatriotas
el nivel de vida adquirido gracias a las bondades de la revolución, sino que
ahora compran propiedades en el extranjero, dignos de verdaderos magnates.
La corrupción se ha
enquistado en la sociedad como parte del escenario. Su principal promotora es
la impunidad, la presencia de leyes laxas y la poca voluntad mostrada por
quienes asumen la responsabilidad pública de ejercer el poder.
Lo más grave de esta
situación, es que no se ve aun una luz al final del túnel, en la que la
sociedad pueda depositar su confianza y ser a su vez generadora de un estado de
colaboración y activa participación para no contribuir a la reproducción de
este mal.
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