No vemos las
cosas como son, las vemos como somos…Anaïs
Nin
Las contiendas
políticas están por llegar a su fin. En ellas vimos de todo y vimos lo de
siempre. Spots, algunos buenos, ingeniosos, aburridos, sin contenido, otros
hechos al vapor, los menos con derroche de talento. La televisión sigue siendo para
los aztecas el medio por excelencia para descubrir la verdad. No existe un
suceso significativo al cual demos crédito si antes no lo vimos por la pantalla
chica.
Sin embargo para que ello tenga
un significado verdadero, casi divino, se ocupa de interlocutores que gocen de
prestigio y legitimidad. Los llamados líderes de opinión son quienes llevan la
voz cantante en este acertijo de contar cosas que suelan ser tomadas y vividas
como ciertas.
En los Estados Unidos
la mayoría de la población sigue creyendo que al Presidente Kennedy lo mató un
asesino solitario desquiciado, que de certero disparo se voló la cabeza. Igual
sucede con el caso de Colosio o inclusive el chupacabras, Pedro Infante no ha
muerto. Obvio decir que existe un grupo
pensante en la sociedad que no se involucra en estos cuentos y desde la
trinchera de la crítica intentan hacer una labor de contrapeso, para amortiguar
los excesos de los medios. Sin embargo, para que este peso sea proporcional,
deberían estos críticos tener los mismos espacios que tienen los formadores o
deformadores de opinión, cosa que no sucede.
Los mítines políticos
siguen llenándose de cabo a rabo. Las imágenes de las plazas públicas con
individuos alzando banderas y gritando vivas son trasmitidas por televisión
como parte del escenario político. La nota siempre es reveladora de un suceso
que jamás sucedió tal y como es narrado.
Los segundos que la Tv dedica al evento tienen que ver con un discurso
al que nadie pone atención, mostrarnos a una plancha de gente que acudió
acarreada, a recibir algo que corresponda a su paciencia y quietud en la
lluvia, el frio o el sol. Se reparten al final lonches, libretas, vasos,
camisetas y frutsis.
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