Este comentario fue publicado hace ya algunas semanas. Quise repetirlo en
memoria al personaje al que se hace mención (la tía Angustias). Su verdadero
nombre es Ana María. Una mujer extraordinaria que como toda buena tía hizo el
papel de segunda madre para mi y mis hermanos. Nos atendía con esmero, nos
regañaba, bromeaba. La acompañaba una
energía insuperable, que ya no le alcanzó para los últimos años que los paso
sentada en una silla. La tía Ana ha partido a la cita eterna dejando una huella de amor. Y sus recuerdos estarán siempre en
nuestras vidas por el resto de los años.
RULETA RUSA
La fortuna es como la policía: siempre
llega tarde.
(Amado Nervo)
Los juegos de azar han capturado a miles de regiomontanos.
Los estragos ocasionados por la afición a este tipo de “distracciones” aun no
los conocemos con exactitud. Si bien muchas personas han caído en las garras de
las apuestas al grado de perder su patrimonio, familia y trabajo; existen
indicios de que jugar en exceso provoca otras distorsiones en el tejido social,
hasta ahora poco perceptibles.
Los mexicanos hemos tenido afición al juego desde tiempo
atrás. La rayuela, el pico mona, los pronósticos deportivos, el cubilete, la
lotería, han sido actividades que
demuestran en algunos casos, además de destreza, el anhelo de hacer fortuna en
un abrir y cerrar de ojos. Apostamos a todo. Desde los deportes, el clima, las
adivinanzas, todo aquello que resulta incierto es motivo de pactar un duelo
donde haya de por medio dinero.
Pero antaño no se jugaban grandes cantidades, era más un
entretenimiento pasajero. Mi tía Angustias acudía religiosamente a su jugada de
paco. De lunes a viernes de 4 a 7 de
la tarde, cinco mujeres de edad avanzada se reunían en la clandestinidad para
distraerse con la baraja. Lo tomaban con mucha seriedad, se escuchaba solo el
sonido de las fichas y pasado un tiempo el alarido de alguna de ellas cuando se
ganaba el pozo. El ambiente se llenaba de humo de tabaco y aroma a café.
Al finalizar la jornada le preguntaba a la tía. ¿Cómo te fue?
“Hoy perdí veinte pesos, pero mañana me repongo” respondía esperando con ansias
la revancha.
Los casinos atrapan a sus jugadores desde sus promociones,
obsequios, jugadas gratis, comida, una escenografía de la cual es difícil
escapar y cuando menos acuerdan, ya están dejando a los niños encerrados en el
coche para irse a probar suerte.
Las historias ahí contadas dan esperanzas. Resulta que la
prima de una amiga ha hecho fortuna, sin dar cuenta de aquellas muchas que han
perdido su reputación, la casa o hasta a los hijos; no digamos al marido, aunque
ésto último no sería precisamente una pérdida sino quizás haberle pegado al
gordo.
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