Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre… Enrique Jardiel Poncela
Para la sociedad mexicana rendirle culto al padre es cosa de segundo término. Los reflectores de los festejos consumistas los acapara la señora de la casa, el 14 de febrero o el día del niño. La celebración al padre fue algo como para que el viejón no se sintiera menos. Tan ligada esta la madre en nuestras vidas, que inclusive está presente en las ofensas de mayor peso, desplazando al padre de esta posibilidad.
En casa vivimos una admiración y respeto al padre muy particular, que supongo se vive en la mayoría de las casas de clase media (jodida). Tiempo atrás cuando la ciudad permitía trasladarse de un lugar a otro sin la menor complicación; el papá era esperado en casa a la hora de la comida. Aunque no era un momento de solemnidad excesiva, si había ciertas reglas que debían respetarse.
Mi padre tenía su lugar en la mesa, se le servía primero, y se mantenía al tanto de todo lo que acontecía en derredor de la comida. Mi madre estaba atenta de que nada faltara; tortillas, sal, servilletas, etc. Cuando terminaba de servirnos, ya mi padre precisaba un poco más. Era un ir y venir de mi a la cocina tratando de abastecer a su viejo y a los peques.
Después de comer mi padre tomaba la siesta. La casa se ponía en absoluto silencio; aquella media hora se respetaba sin el menor reparo. A eso de las 3 y media salía de nuevo a su chamba. Jamás se tomó la tarde, o el día. No recuerdo alguna ocasión que se hubiera enfermado y por tal motivo dejara de ir a trabajar. Muchas cosas aprendimos de mi padre, pero esa no.
Es un luchador incansable. Llegaba a eso de las 7 de la tarde y era recibido por mi madre quien desde antes de que bajara del coche, ya estaba dando cuenta del comportamiento de los hijos. Cuando no era uno era otro. Mi padre casi siempre tomó esas cosas con excesiva calma, y cuando no, las tomó con excesiva disciplina.
Fanático de encender fuego, le rendía un especial culto a la carne asada. Ello lo llevó años después al hospital a pagar el costo de los excesos. Dejó el tabaco y poco a poco ha dejado de entusiasmarse por la cerveza, sin embargo, sigue manteniendo una férrea disciplina por acudir al supermercado. Los visita todos y a todas horas. Sigue siendo un misterio aquello que lo llama a estos lugares tan concurridos.
Un enorme legado ha dejado este hombre en mi vida, lo mejor de todo, saber disfrutar al máximo ser parte de este festejo dominguero.
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