Como suele
sucedernos a los mexicanos la llegada del año tiene especial significado. Como
pueblo acostumbrado a las inclemencias de la vida y a los atropellos de la
autoridad, tenemos que soportar la llamada
"cuesta de enero". La resaca se prolonga más de lo debido y no precisamente a
causa del consumo excesivo de alcohol, sino a los malabares que las familias
deben hacer para sortear los incrementos que se avecinan.
Los
impuestos y derechos por la posesión y uso de automóvil, el predial, el aumento
al transporte público, las autopistas, los servicios, alimentos, la gasolina
que su espiral de incremento, o ajuste como dirían los sabios de hacienda, está
contemplado hasta el 2014, sin que ello signifique ahí concluirá, y la lista
puede ser interminable. Sin embargo, nuestra estirpe puede con esto y más.
Basta con que alguna luminaria azteca sea nominada al Oscar, o que ocurra otra
tragedia en el ambiente artístico para que nos olvidemos de la ya tradicional
cuesta de comienzos de año.
Los
incrementos para este 2013 fueron rotundos. Desde la permanencia de la ya
mencionada tenencia, hasta los aumentos en el pago de predial que oscilan
alrededor del 50% no corresponden con los incrementos salariales, que terminan
por pulverizar el poder adquisitivo de los trabajadores, condenándolos a
modificar sus patrones de consumo para estirar en lo posible el salario.
Lo peor de
todo es que ante esos aumentos el deplorable estado de nuestra urbe lo dice
todo. Los servicios y su calidad dejan mucho que desear, quedando en entredicho
las bondades administrativas de los gobiernos, resultando no solo onerosos
estos incrementos, sino injustos y perversos.
Que Dios me los cuide.
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