jueves, 12 de julio de 2012

La Placa de mi Tía


Se puede pecar contra la verdad lo mismo por omisiones calculadas como por informaciones inexactas… Pablo VI

Cuando niño estando de visita en casa de la tía Ana hice un descubrimiento macabro. Mientras tía dormía plácidamente, junto al tocador estaba un vaso de agua que contenía un objeto medio raro, la oscuridad no me permitía preciar que era. Tome el vaso y comencé a observar detenidamente, hasta que me cercioré que se trataba de una dentadura.
Mi asombro fue tal que la tía despertó, me pego un regaño y se dispuso a ponerse su placa presurosamente. Ella guardaba con recelo el hecho de que su dentadura era artificial. Tuvieron que pasar más de 35 años para que yo revelara ese secreto. Cuando la tía comía lo hacía a ritmos muy pausados, mordía como un roedor y era muy selectiva con sus alimentos, argumentando que podría ahogarse.
Pasado el tiempo se desarrolla el sentido de la observación con mayor agudeza y los dientes de porcelana de la tía era ya evidentes a todas luces. Sin embargo, nunca escuche comentario alguno, ni siquiera en tono de broma, sobre aquella placa que le permitía lucir una sonrisa blanca y parejita.
La tía Ana María ya está en un mejor lugar que en el que nos encontramos nosotros. A su última morada la acompañó su placa, que será quizás lo único que quede cuando el tiempo convierta su cuerpo en polvo.
Durante la presente semana en el gobierno estatal se destapó un asunto de proporciones mayores. Más de 175 mil juegos de placas de automóvil fueron utilizados, vendidos, regalados, cedidos, emprestados, o vaya usted a saber que fue de ellos. El descubrimiento de esta pillería ha dejado ya un saldo de varios servidores públicos en chirona, otros más en espera de que las pruebas se desahoguen para poder conocer su suerte.
El tema de las placas ha desatado la ira de los ciudadanos, quienes recriminan al gobierno estatal el insipiente control que se tenía sobre las mismas.  El ex titular alega que desconocía la tranza, pues el sistema siempre arrojó datos que no hacían suponer tal faltante. La pregunta es: ¿quién autorizaba que se suministraran más placas? Estas órdenes de compra alguien del Instituto tenía que firmarlas y cuando digo alguien, pues debe ser el mero mero.
Un objeto tan apreciado por autoridad, que con el afán de controlar, recaudar y sancionar a los contribuyentes poseedores de automóvil, no puede dejarse a la deriva en su manejo.
La tía guardó el secreto de su placa con tal vehemencia, que incluso confió en mí discreción. Creo que este mismo vínculo de lealtad se hizo presente en el Instituto de Control Vehicular, para que todos recibieran su justa recompensa.
Al igual que corro el riesgo de recibir mi reprimenda desde el cielo por indiscreto; estos funcionarios deberán atenerse al castigo de la ley por trasgredir el orden y poner en riesgo la seguridad y el patrimonio de los ciudadanos.

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