Festejamos
la revolución con un desfile deportivo en el que participan escuelas, clubes de
servicio, el gobierno, haciendo del 20 de noviembre un día de fiesta nacional.
Lo mejor de todo el asueto por decreto, que supone un largo y merecido puente.
No se sabe
quienes tomaron la decisión de poner o quitar los puentes a su antojo. De
pronto vemos como un festejo se corre a lunes o viernes y otro no. Pareciera
más una cuestión de borracheras, en el que a razón del pico o mona, se organizó
el calendario oficial.
En las
escuelas la revolución se conmemora con niños con barbas de algodón emulando a
Venustiano, al chaparrito de amplios bigotes que da vida Madero, otro más
rellenito con sus carrilleras personifica a Doroteo. Darán lectura a datos
biográficos, a los que nadie pondrá atención para culminar con bailables de
adelitas.
Cuando era
niño el 20 de noviembre acudíamos al desfile. Para los padres nunca hay día de
descanso. Por la tarde y ya muy tarde, nos acordábamos que teníamos que llevar
la estampita conmemorativa. Sentados a la mesa y disfrutando una merienda de
conchas con chocolate esperábamos el momento oportuno (que jamás es oportuno) para
preguntarle a la madre. ¿Estará abierta la papelería?
La mirada de
la madre lo decía todo. En aquellos años las tienditas cerraban a las 8, en día
de asueto de plano no abrían y no teníamos internet. No quedaba otra que tomar
la enciclopedia o algún libro de historia y sacar al buey de la barranca. Hoy
las cosas son diferentes. Cuando el chamaco sale con la novedad a las 10 de la
noche de que no ha hecho la tarea, presuroso se sube a su cuarto, enciende el
x-box y el papá o la mamá se disponen a buscar en internet la tarea del plebe. Bendito
mi Dios.
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