Una de las muchas costumbres que durante estas fechas tenemos
muy arraigados los aztecas es el intercambio de regalos. Principalmente en las
oficinas, lugares donde diariamente se escenifican épicas batallas, suelen
intentar limar o ampliar las asperezas con tan típica
costumbre.
Lo primero es ponerse de acuerdo sobre el precio del regalo,
después la rifa. Todo mundo implorara a los dioses del estadio que les toque
cualquiera menos fulanito o fulanita. Obvio que los espíritus hacen lo propio y
siempre resulta que te ha tocado a quien menos puedes ver o ya si la maldición
es mayúscula te toca regalarle al jefe.
Pero con el afán de resolver las controversias sobre los
obsequios, que por cierto suelen ser bastante chafas, feos y sin ninguna
consideración, se hace una lista de objetos deseados. Los participantes
enlistan las cosas restándole interés al evento y reduciendo la
discrecionalidad, con lo que se intenta evitar venganzas ociosas.
Los participantes parecieran modelos salidos de la revista GQ.
El intercambio es de 200 pesos y enlistan cosas como carteras DG, lentes PRADA,
o bolsas de ERMENEGILDO ZEGNA, finalmente no queda otra que ir a colegio civil por una
copia pirata del regalo prometido.
Mi madre acude a su tradicional intercambio del que año con
año llega con los mismos honores. Una vasija despostillada, unos muñequitos de
cerámica que ella regaló el año anterior, unos chocolates rancios; pareciera
que esperan con ansias el momento para recordarse la amistad que a lo largo de
los años han podido edificar.
Dejemos pues los intercambios de regalo como pretexto para
manifestar nuestro aprecio o desprecio, una sonrisa fingida o no, un abrazo o
una palabra afectiva brindan mejores dividendos.
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