Ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si en ella la mayor parte
de los miembros son pobres y desdichados.
(Smith)
En 1950 el cineasta español Luis Buñuel nos deleitó con una de las cintas más extraordinarias del cine mundial, Los Olvidados. Ganadora del premio a mejor director en el festival de Canes, la película narra historias de violencia, pobreza y crueldad en un México donde los excluidos están al margen de los beneficios e incluso del propio estado.
Una
ocasión tuve la fortuna de visitar un ejido en el sur del estado (no es el
mismo que les he contado anteriormente). Uno de muchos sumergidos en la miseria
y abandono. El lugar parecía un pueblo fantasma. Al escucharse el ruido del
motor del vehículo y observarse la polvareda, los pequeñines asomaban sus
cabecitas por las puertas de las humildes viviendas, todas de adobe, techos de
lámina y hojas de palma, asombrados por la visita de fuereños.
Las
madres se aprestaban a terminar sus labores para acudir ante nosotros a
plantearnos las quejas de rigor y a ofrecernos comida y agua, la hospitalidad
norteña a flor de piel. Los hombres ausentes, muchos de ellos en el pastoreo de
las chivas, otros más del otro lado, en busca de fortuna.
Las
campañas electorales estaban en su apogeo, aunque ese municipio había sido
gobernado por el mismo partido en toda su historia, la visita del candidato era
necesaria. La pregunta obligada. ¿Cuándo vino por última vez el Alcalde?,
preguntamos a una mujer de edad avanzada. Desde que andaba en campaña vinieron
a pedir el voto, y jamás regresó, ni él ni naiden de su gobierno.
No
se si cuando me dijo eso me sentí aliviado o decepcionado. En el pueblo habían
logrado sobrevivir aun sin la presencia de la autoridad, lo que es digno de
reconocerse. No sabemos si la acción del gobierno hubiera hecho más próspera la
vida de aquella comunidad. Lo que si estamos seguros es que la presencia de un buen gobierno permite a la sociedad
integrarse y ser parte de los beneficios del desarrollo, sin excluir a nadie,
sin olvidarnos de nadie.