Nunca lleves tus
mejores pantalones cuando salgas a luchar por la paz y la libertad…Henrik Johan Ibsen
Cuando éramos niños nuestros padres tenían formas muy
peculiares de mantener el orden y la armonía. Cuando cometíamos alguna falta o
infracción, la primera advertencia era manifestada con palabras con cierto
grado de amabilidad, cortesía y hasta decencia. En la medida de que nuestra capacidad
mental no alcanzaba para comprender dichas palabras, el tono de la voz
aumentaba y la sutileza del castellano desaparecía. El paso siguiente era
propinar un coscorrón, manazo, el cinto, o lo que estuviera al alcance.
Esas formas de expresión daban resultados positivos. Los
padres en la mayoría de los casos lograban mantener la armonía en el hogar,
bajo procedimientos bastante sencillos. El diálogo se privilegiaba siempre y
cuando la contraparte, o sea nosotros, estuviéramos dispuestos a utilizar la
misma herramienta.
Cuando experimentábamos indicios de falta de capacidad mental
para comprender, o deficiencias auditivas, utilizaban otros métodos igual de
eficaces con los cuales solíamos entender a la perfección.
En el discurso oficial desde hace muchos años, el gobierno
llama al diálogo para resolver los conflictos, y anuncia que nadie está por
encima de la ley. Los distintos grupos
que algo tienen que reclamarle a la autoridad utilizan medios al margen de la
palabra. Violentan el entorno y lastiman derechos de terceros bajo la
complaciente mirada de la autoridad.
Los llamados al diálogo son aplaudibles, pero todo tiene un
límite. No puede ser que un grupo de vándalos mantenga tomada la Torre de
Rectoría de la UNAM, ocasionando con ello trastornos administrativos y destruyan
el patrimonio de esta casa de estudios.
Lo mismo sucede con maestros, campesinos y demás grupos que
buscan poner en entredicho la capacidad del estado de mantener la paz y la
armonía a toda costa. Todo con medida, pero a falta de razón, la fuerza debe
ser capaz de mantener el orden.
Sin fuerza pública, no puede existir Estado de Derecho, pero nuestras autoridades a veces por conveniencia política, otras veces por incapacidad y en muchos casos por temor a que les llamen "represores", se olvidan que mantener el órden es una obligación y que para ello están dotados de fuerza pública, sin ella ningún estado pdría mantener el orden. Se debe privilegiar el derecho de toda persona o grupos de personas a manifestarse, pero siempre cuidando que no se violente el derecho de otro, sin embargo cuando la libre manifestación de ideas conlleva actos vandalicos debe la autoridad actuar de inmediato y aplicar la Ley.
ResponderEliminarToda expresión de las libertades debe garantizarse por el Estado y a su vez limitarse por éste. De otra manera cada quien pudiera hacer lo que se le venga en gana y es precisamente esa condición lo que le da vida al Estado y toda forma de expresión de vida en común.
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