La
muerte es el comienzo de la inmortalidad…Maximilian Robespierre
Recuerdo que
durante la secundaria había una maestra a quien apodaban la Momia. Alta,
delgada y ya con algunas décadas encima, llevaba con orgullo y altivez su
alias. Creo que en todas las escuelas había una momia. Los jóvenes eran
certeros en poner sobrenombres, como lo eran igualmente los docentes a la hora
de imponer orden.
Los apodos siguen, lo que está ausente es la disciplina. Era
una forma de manifestar nuestras frustraciones ante los embates de los profes
que solían valerse de armas muy precisas para aquietar a los muchachos. Desde
manasos, reglazos, coscorrones, y hasta candados. Los más dóciles lo hacían con
el poder de su firma.
Mucho
escozor ha causado la noticia de que el cadáver de Hugo Chávez será conservado
para la posteridad. Sus detractores siguen hablando de él, ahora levantando
polvo sobre la barbaridad de mantener en exhibición su cuerpo. Esta práctica
faraónica significaba conservar la materia para una vida eterna, salvo que se
mantenía en la oscuridad, alejado de las miradas.
Morboso o no
este acto, lo cierto es que nosotros tenemos inclusive un museo en Guanajuato
que luce atiborrado de paseantes en busca de aventura. Admirar los cuerpos vendados o natrulamente preservados es algo que nos produce cierta emoción.
Santo y
otros gladiadores lucharon contra estos sombies, que con pasos lentos pero
dotados de una fuerza feroz, buscaban imponer su maldad. Hoy no se sabe si
embalsamar a Chávez tenga el propósito de perpetuar no solo su imagen sino su
poder. Quizá no se vaya a levantar de su mausoleo y deambular por el país
imponiendo su sello característico de gobernar, pero su sola presencia permitirá recordarle a sus adversarios que el
chavismo sigue vivo, solo que ahora personificado en una momia.
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